jueves, 22 de enero de 2009

Mundo subterráneo

De lunes a viernes viajo al mundo subterráneo. Estoy allí dos largísimas horas, de 8.00 a 9.00 y de 19.00 a 20.00. El tiempo parece pasar muy despacio, como si las agujas del reloj se hubieran pasado comiendo y les costase mucho andar por una empinada cuesta hacia arriba.
La noche siempre es eterna y por si fuera poco huele muy mal, a una explosiva mezcla de humanidad y cloaca que alguna que otra vez me revuelve las tripas.

El mundo subterráneo está habitado por muchas, muchísimas personas. Unas caminan arrastrando los pies con paso cansado o quizá resignado, otras creen estar atravesando un tranquilo parque e incluso se atreven a acompañar su trotecillo con la lectura de un buen libro y otras, la mayoría, son seres afectados por una extraña enfermedad cuyos síntomas son la irritabilidad, la agresividad, la ausencia de educación y buenas formas y una enorme predisposición al empujón y a la carrera para ser el primero en sentarse.

El mundo subterráneo es un infierno donde la única regla que existe es la del más fuerte y donde las personas pasan a formar parte de un ejército de hormiguitas totalmente insignificantes. Como en el infierno también hace calor.
Odio el metro.

miércoles, 14 de enero de 2009

Vestidos para novias atípicas

Nunca fuiste como el resto. Cuando las niñas de clase pensaban en chicos tú pasabas las tardes viendo películas en casa, cuando se llevaba la falda por los tobillos tú vestías minifaldas, cuando las cabelleras se teñían de rubio y se alisaban día sí día también a ti te caían por la cabeza rizos de un rojo encendido como el mismo fuego.

Nunca tuviste novio ni lo pretendiste, tampoco fuiste una mojigata, lo que ocurría es que huías de las responsabilidades y tus alas batían libres por el cielo. Sin embargo, un día tu corazón recibió una inusual llamada, dulce, pasional y amistosa al mismo tiempo. Tu interior se revolvió, el estómago sufrió un vuelco, la respiración se te aceleró y todos tus rincones se llenaron de pequeñas mariposas blancas.

Era el amor. Había aparecido en tu vida, lo había puesto todo patas arriba, te había abierto la puerta a nuevos sentimientos y gloriosas sensaciones y se te había adherido a la piel. Ya era imposible echarlo de casa. Se había acomodado en el sillón del salón, dormía en tu cama, comía de tus platos y te seguía allá donde ibas.

Un día te pidió que te casaras con él. Tú que juraste no hacerlo jamás accediste y te sentiste la mujer más feliz del planeta. Pero seguías siendo algo rara, para que nos vamos a engañar, y cuando te pusiste a la tarea de elegir tu vestido fracasaste. Ninguno te cuadraba. La fecha del enlace se acercaba y tú sin tener nada que ponerte, hasta que… viste las creaciones nupciales de la diseñadora Merav Tamir. ¡Estabas salvada!