Tiene los ojos de un azul tan cristalino como las aguas que bañan el país donde nació. Su piel está cubierta de pelo suave como el algodón. Rayas grisáceas y negras recorren cada centímetro de su blanco pelaje. Largos bigotes, delgadas patas y graciosa cola. Es Sofía, la gata que sale a recibir a todos los visitantes de la iglesia que lleva su nombre.
Sofía sigue recordando su anterior vida, su primer cuerpo, su único amor.
Corría el año 1453, los turcos habían llegado a su adorada ciudad y habían logrado arrebatar el poder a los cristianos. Sofía era una linda muchacha de 19 años. De tez clara y ojos azulísimos, tenía el pelo negro como el azabache y ligeramente ondulado. Los mechones le caían por los hombros y como si de un río se tratara iban a desembocar al mar de sus senos, redondeados, altaneros y del tamaño ideal, ni excesivos como los de Gwenda, la hija del posadero, ni inexistentes como los de Irene la panadera. Su cuerpo era menudo pero perfecto. Unas piernas delgadas y bien torneadas sostenían un trasero respingón y hacían que los andares de Sofía fueran sumamente sensuales sin ella si quiera proponérselo.
Ese fatídico día Sofía iba al encuentro de Martin, el joven artesano por el que la chica suspiraba a cada rato. Él salía de trabajar y ella lo esperaba enfrente de la gran iglesia. Su iglesia. Ya lo estaba viendo llegar al banco en el que ella aguardaba con tanto ardor cuando de repente una multitud enloquecida pasó delante de ella en dirección a la iglesia. Él la instó a seguir al grupo que corría huyendo de los turcos y ella obedeció.
Llegaron casi sin aliento al interior del templo, las puertas se cerraron y los habitantes nerviosos esperaban el desenlace de la situación. Ya llevaban días sufriendo el acecho de los turcos y parecía que en ese momento se iba a decidir la historia, historia en la que intuían ellos serían las víctimas. Sofía se abrazó a Mertin y le juró amor eterno. Él la tranquilizó con un largo beso y le aseguró que nada los separaría. Ella le prometió convertirse en una gata inmortal para así amarlo siempre.
Los turcos echaron abajo las puertas y cargaron contra los habitantes pero uno de ellos se vio deslumbrado por la belleza de Sofía y le perdonó la vida. Al instante la raptó y se alejó de la iglesia a lomos de su caballo. Era uno de los superiores y podía abandonar la batalla si lo consideraba oportuno. Mertin como muchos cristianos murió ese día. Cuando el muchacho exhaló la última bocanada de aire, Sofía, presa en los aposentos del turco se convirtió en una gata. Salió por la ventana y huyó al templo, al lado de su amado.
Desde entonces la gata sueña con que un día Mertin vuelva reencarnado en uno de los tantos turistas que visitan Santa Sofía. Ni un día ha dejado de pensar en él, ni un segundo de quererlo…
Sofía sigue recordando su anterior vida, su primer cuerpo, su único amor.
Corría el año 1453, los turcos habían llegado a su adorada ciudad y habían logrado arrebatar el poder a los cristianos. Sofía era una linda muchacha de 19 años. De tez clara y ojos azulísimos, tenía el pelo negro como el azabache y ligeramente ondulado. Los mechones le caían por los hombros y como si de un río se tratara iban a desembocar al mar de sus senos, redondeados, altaneros y del tamaño ideal, ni excesivos como los de Gwenda, la hija del posadero, ni inexistentes como los de Irene la panadera. Su cuerpo era menudo pero perfecto. Unas piernas delgadas y bien torneadas sostenían un trasero respingón y hacían que los andares de Sofía fueran sumamente sensuales sin ella si quiera proponérselo.
Ese fatídico día Sofía iba al encuentro de Martin, el joven artesano por el que la chica suspiraba a cada rato. Él salía de trabajar y ella lo esperaba enfrente de la gran iglesia. Su iglesia. Ya lo estaba viendo llegar al banco en el que ella aguardaba con tanto ardor cuando de repente una multitud enloquecida pasó delante de ella en dirección a la iglesia. Él la instó a seguir al grupo que corría huyendo de los turcos y ella obedeció.
Llegaron casi sin aliento al interior del templo, las puertas se cerraron y los habitantes nerviosos esperaban el desenlace de la situación. Ya llevaban días sufriendo el acecho de los turcos y parecía que en ese momento se iba a decidir la historia, historia en la que intuían ellos serían las víctimas. Sofía se abrazó a Mertin y le juró amor eterno. Él la tranquilizó con un largo beso y le aseguró que nada los separaría. Ella le prometió convertirse en una gata inmortal para así amarlo siempre.
Los turcos echaron abajo las puertas y cargaron contra los habitantes pero uno de ellos se vio deslumbrado por la belleza de Sofía y le perdonó la vida. Al instante la raptó y se alejó de la iglesia a lomos de su caballo. Era uno de los superiores y podía abandonar la batalla si lo consideraba oportuno. Mertin como muchos cristianos murió ese día. Cuando el muchacho exhaló la última bocanada de aire, Sofía, presa en los aposentos del turco se convirtió en una gata. Salió por la ventana y huyó al templo, al lado de su amado.
Desde entonces la gata sueña con que un día Mertin vuelva reencarnado en uno de los tantos turistas que visitan Santa Sofía. Ni un día ha dejado de pensar en él, ni un segundo de quererlo…